martes, 17 de junio de 2008

Notificación

Como muchos podrán haber imaginado, entre las muchas cosas que me robaron ya hace casi dos semanas se encontraba mi computador personal, razón por la cual alimentar este blog se me hará bastante cuesta arriba en las próximas semanas, mucho más visitar los blogs que consuetudinaria y gustosamente visito.
Espero que sepan entender esto, que no se aburran de la falta de novedades y que crucen los dedos para que pronto pueda reponer mi compu a los fines de seguir rindiéndole culto a mi ego en este blog y poder seguir alimentando mi adicción al facebook.

miércoles, 11 de junio de 2008

Esta casa se jodió…

A modo de introducción para quienes me leen de lejos.
Hace unos dos años, aproximadamente, circuló por el ciberespacio venezolano –si es que tal cosa existe- un archivo de audio que se conoció como el de “La vieja de los mangos” o de “Los mangos y la cerca”. El archivo en cuestión no es más que una larga lista de improperios y maldiciones en un tono soez, vulgar y cargado de rabia, en boca de una pobre mujer hastiada de los excesos de los muchachos de su barriada que siempre invadían su patio para robar los mangos de un árbol que tenía en su propiedad.
Esta mujer era habitante de Los Jobitos, pueblo del municipio Miranda del estado Zulia, en la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, ubicado del otro lado del estuario que bordea mi ciudad, Maracaibo, y localidad reconocida por la creatividad y chispa de sus habitantes a la hora de hacer comentarios y comparaciones.
La vieja en cuestión fue grabada por sus nietos, quienes simularon la incursión en el jardín de la abuela para tener oportunidad de grabarla, y muchos años después de haber hecho el registro de la molestia de la matrona este saltó a la red para convertirse en un MEME, y parte de la cultura popular maracaibera y zuliana.
Entre las muchas cosas que suelta por su rabia, la mujer, asombrada ante el descaro y el exceso que suponía que le tumbaran la cerca de palos y alambres que marcaba su territorio para llegar hasta, los que supongo muy sabrosos, mangos, sostuvo convencida “Esta casa se jodió”, pues lo que le resultaba impensable ocurrió: su privacidad fue violentada, sus bienes maltratados, todo para robarla, para obtener de ella, sin su permiso, algo que sin duda le pertenecía.
Hoy, a ocho días de que fui sometido a punta de pistola en el jardín de mi casa, conducido dentro de ella y amarrado para luego ser testigo de cómo me despojaban del fruto de muchos años de trabajo y esfuerzo de mi familia y míos, sostengo yo también que “esta casa se jodió”…
No hablemos del miedo a ser maltratado, ni de la certeza de que esos hechos pudieron ser los últimos que presenciara, no hablemos de las amenazas, del temblor incontrolable, del permanecer por una hora y media, aproximadamente, amarrado en mi propia cama –sin que se tratara de la concreción final de una fantasía sexual-.
Tampoco de la desolación que provoca ver violentado tu espacio más íntimo, a donde vas a refugiarte cuando todo va mal, donde se supone que consigues la paz y el sosiego luego de un arduo día. Tampoco del dolor físico que tan profundo miedo provoca tras permanecer tanto tiempo tenso, contraído, esperando que la fatalidad se instaurara de manera definitiva en tu propia habitación.
Hablemos más bien de cuando el mal alcanza tu intimidad, de cuando es tanta la descomposición de la gente y el mundo que seguir temblando podría causarte la muerte, sólo porque tus agresores son incapaces de entender que tienes derecho a tener miedo, que sopesar la posibilidad de morirte de un momento a otro se supone que no deba causarte ni extrañeza siquiera sólo porque a ellos no les importa y el mundo sólo se rige por sus reglas.
Ya antes fui robado, ya antes pasé sustos de muerte, esta casa, mi país, está tan jodida que lamentablemente no es la primera que soy víctima del hampa, es como que la cuarta vez en dos años, pero siempre en la calle, siempre lejos de la seguridad del hogar, nunca antes el mal había cruzado ese umbral del que hasta la semana pasada fue mi sacrosanto lugar de paz en el que esperaba morirme de viejo y en el que ahora no me atrevo a entrar solo.
Hoy, como Carmen, la vieja de los mangos, hago inventario de lo ocurrido, de lo que me ha quedado, concluyo que el problema “no son los mangos, es la cerca” y como ella, sólo veo: “el hojero… el palero… el piedrero... y la cerca tumbá…”.

Un pana colabora