domingo, 23 de noviembre de 2008

Pa'trás ni pa' coger impulso

No pretendo negarle a nadie el derecho de rectificar, mucho menos decir que se tiene que correr indefectiblemente con las consecuencias de las malas decisiones porque no se vale corregir, o peor, impedirle retomar el rumbo dejado atrás. Nada más lejos de mi intención. Cada quién como puede y quiere.
Es sólo que alguien me comentaba su tristeza porque, luego de su ruptura y en medio de un proceso de reconciliación, el que era su pareja decidió que mejor no, e inevitablemente se me hicieron presentes todas las graves rupturas que tuve con quien fue mi última pareja y las rogatinas que le monté al último chico con quien salí hace unos meses para que no se largara cuando semanalmente decidía que tenía que dejarme atrás por la razón que fuera. Crasos errores de los que nunca me arrepentiré lo suficiente.
No sé ustedes, pero soy de la creencia que cuando se decide o se es el objetivo de una ruptura algo esencial se acaba, se fractura, muta, y nunca para bien. No sé si es algo inherente a mi, adjudicable a mi necesidad de sobrevivir y contener la tristeza, o es una norma para todos, pero inmediatamente después que se pone el punto final mi corazón pasa la página y trata instantáneamente de olvidar y reconstituirse para llenar el vacío que queda.
Pero mucho más allá de lo que se pueda sentir, habría que tomar en cuenta lo que sostiene desde hace décadas el filósofo méxicano (nunca lo suficientemente bien ponderado) Juan Gabriel, cuando dice que "es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor". Me explico.
Las rupturas ocurren siempre por una buena razón así nos parezcan una malcriadez por parte de quien la propone (porque probablemente lo sea), lo que nos debería llevar a pensar qué tan sano puede ser seguir ligado a un malcriado que tiende a solucionar las diferencias con quien dice amar -o al menos querer- mandándolo al carajo.
En otros casos se esgrime la espada de la confianza para cortar ¿por lo sano? la relación. Mucho más allá de las razones que podamos proveer para la existencia o falta de confiaza, pesa más que decidan no confiar en uno -una vez más, por la razón que sea- que todo lo que se haga y se esté dispuesto a hacer para que la relación funcione.
Sea la razón que sea que se utilize para terminar creo es mayor el temor a recomponer la vida que el que se le tiene a la soledad misma. ¿Qué hacer cuando llega la fecha en la que se acostumbraba celebrar el aniversario? ¿Qué hacer con las costumbres instauradas para celebrar su cumpleaños? ¿Cómo rompo el hábito de ver televisión los domingos acostado, con mi mano derecha metida en sus calzones? ¿Cómo me desacostumbro a pasar la Nochebuena con él?
Una ruptura, según yo entiendo el mundo, es una declaración -aunque suene contradictorio- de principios: "No quiero, no puedo y no voy a seguir viviendo contigo en mi vida porque no me haces feliz", entonces, ¿por qué empeñarse en seguir arrastrando esa tristeza? Por qué someterse al veredicto que dicte la lástima que nos pueda tener alguien que pueda querernos mucho o poco, pero definitivamente ya no amarnos como el corazón pide ser amado. ¿No es mejor, acaso, terminar?
Yo digo que sí, así que toma nota: si decides terminar conmigo por favor no vuelvas a atenderme el teléfono, pero mucho menos pretendas que yo te lo atienda. Se acabó.

Un pana colabora