Ya hacen 8 años y una semana que no escribo ni publico nada en este blog, he perdido el amor a la escritura y el hábito de hacerlo, son muchas las cosas que han pasado en estos años y una de las más importantes ha sido, precisamente, esta pérdida que no tengo claro cómo calificarla.
Son casi 14 años desde que publiqué mi primer post, tenía 37 años y muchas expectativas y dudas se me planteaban ante la inminencia de los 40. Fue una década interesante, en la que puedo decir que el saldo fue mayoritariamente positivo a pesar de lo mucho que perdí. Amé y me amaron, conocí el país que ahora es mi hogar y fue el período de mi vida en el que más compañía afectiva tuve. Realmente fue bueno.
Tengo ya 51 años y poco más de uno viviendo en Madrid en medio de la pandemia, lo que me ha limitado de muchas maneras. No tengo empleo ni he logrado obtener uno desde que llegué en noviembre de 2019, primero por falta de permisos legales y luego por la pandemia y la crisis económica que ha generado. Vivo con mi hermano y su familia, lo que ha sido de algún modo una vuelta a la adolescencia y, créanme, no hay ninguna época de mi vida a la que menos ganas tengo de volver que la adolescencia.
Estoy solo, casi he vuelto a ser virgen y no veo perspectivas de que mi vida mejore a corto plazo. Cada vez pongo más en duda mi salud mental pues con demasiada frecuencia me encuentro al borde de la depresión. Tampoco estoy conforme con mi apariencia, me he convertido en un un hombre obeso, demasiado sedentario y sin fuerza de voluntad para llevar a cabo los cambios que el corazón me pide.
Todo esto me lleva a preguntarme si el cambio es una condición inherente a la juventud o si nosotros, la gente "madura", podemos también cambiar. ¿Tengo derecho a soñar? ¿Vale la pena luchar por sueños que la frustración hace ver inalcanzables? ¿Cómo se deja de lado el pesimismo que conlleva la experiencia de vida?
Tengo más de 50 años y sigo buscando ese pulsador, ese botón que active la voluntad, que encienda las ganas de hacer cosas, no digamos de vivir... Y no, no soy un suicida, nada más lejos de mi que hacerme de la muerte por mi propia mano pero no puedo dejar de pensar con alguna frecuencia lo conveniente que sería morir y ya, dejar atrás todo esto, total, no es que esté siendo precisamente feliz con la situación actual.
Hoy he vuelto a escribir para mi, luego de 8 años sin encontrar los modos de hacerlo, sin poder detenerme a hacer este ejercicio de introspección que me permite sacar a la luz lo que con tanto esfuerzo oculto día a día, aunque tras el antifaz del anonimato. Escribo y me contento, porque, quizás, esta sea la manera de traer luz, abrir puertas y ventanas, encontrar fuerzas para salir a la calle, seguir adelante, hacer y construir. "Amanecerá y veremos" dicen en mi pueblo. Ojalá.