viernes, 26 de marzo de 2021

No sé si he vuelto, pero tengo necesidad de escribir


Ya hacen 8 años y una semana que no escribo ni publico nada en este blog, he perdido el amor a la escritura y el hábito de hacerlo, son muchas las cosas que han pasado en estos años y una de las más importantes ha sido, precisamente, esta pérdida que no tengo claro cómo calificarla.

Son casi 14 años desde que publiqué mi primer post, tenía 37 años y muchas expectativas y dudas se me planteaban ante la inminencia de los 40. Fue una década interesante, en la que puedo decir que el saldo fue mayoritariamente positivo a pesar de lo mucho que perdí. Amé y me amaron, conocí el país que ahora es mi hogar y fue el período de mi vida en el que más compañía afectiva tuve. Realmente fue bueno.

Tengo ya 51 años y poco más de uno viviendo en Madrid en medio de la pandemia, lo que me ha limitado de muchas maneras. No tengo empleo ni he logrado obtener uno desde que llegué en noviembre de 2019, primero por falta de permisos legales y luego por la pandemia y la crisis económica que ha generado. Vivo con mi hermano y su familia, lo que ha sido de algún modo una vuelta a la adolescencia y, créanme, no hay ninguna época de mi vida a la que menos ganas tengo de volver que la adolescencia.

Estoy solo, casi he vuelto a ser virgen y no veo perspectivas de que mi vida mejore a corto plazo. Cada vez pongo más en duda mi salud mental pues con demasiada frecuencia me encuentro al borde de la depresión. Tampoco estoy conforme con mi apariencia, me he convertido en un un hombre obeso, demasiado sedentario y sin fuerza de voluntad para llevar a cabo los cambios que el corazón me pide.

Todo esto me lleva a preguntarme si el cambio es una condición inherente a la juventud o si nosotros, la gente "madura", podemos también cambiar. ¿Tengo derecho a soñar? ¿Vale la pena luchar por sueños que la frustración hace ver inalcanzables? ¿Cómo se deja de lado el pesimismo que conlleva la experiencia de vida?

Tengo más de 50 años y sigo buscando ese pulsador, ese botón que active la voluntad, que encienda las ganas de hacer cosas, no digamos de vivir... Y no, no soy un suicida, nada más lejos de mi que hacerme de la muerte por mi propia mano pero no puedo dejar de pensar con alguna frecuencia lo conveniente que sería morir y ya, dejar atrás todo esto, total, no es que esté siendo precisamente feliz con la situación actual.

Hoy he vuelto a escribir para mi, luego de 8 años sin encontrar los modos de hacerlo, sin poder detenerme a hacer este ejercicio de introspección que me permite sacar a la luz lo que con tanto esfuerzo oculto día a día, aunque tras el antifaz del anonimato. Escribo y me contento, porque, quizás, esta sea la manera de traer luz, abrir puertas y ventanas, encontrar fuerzas para salir a la calle, seguir adelante, hacer y construir. "Amanecerá y veremos" dicen en mi pueblo. Ojalá.

martes, 19 de marzo de 2013

De cómo se pierde la inocencia

Siempre hemos asociado, o al menos yo lo he hecho, la inocencia con la sexualidad, nos educaron para pensar que ser "puro e inocente" duraba hasta el momento y lugar cuándo y dónde lo metiéramos o nos lo metieran, y aun cuando es cierto que las urgencias sexuales nos enseñan a mentir, al menos para quienes el sexo está "prohibido", tener sexo no nos hace más inteligentes, ni más "avispados" ni mucho menos. Que la inocencia poco o nada tiene que ver con la virginidad si el sexo fue de mutuo acuerdo y consentimiento.
Según mi experiencia las ganas de tener sexo nos enceguecen, nos llevan pensar que no hay nada más urgente que el próximo orgasmo y vamos cometiendo trastada tras trastada, y estupidez tras estupidez hasta que pasa aquello que realmente nos roba la inocencia.
Mientras tanto no somos más que simples mentirosos en formación, a duras penas somos capaces de recordar al volver a casa lo que dijimos antes de salir, alguno hasta aprendió a comprar un pedazo de torta y llevarlo de vuelta como prueba de que sí estaba en una fiesta de cumpleaños y no teniendo sexo como si fuera la última oportunidad y no hubiera un mañana, pero igual esto no nos hace malintencionados ni nos pervierte, cuando mucho nos convierte en muchachos traviesos y mal portaos.
Llegados a este punto imagino que más de uno de mis lectores -si es que luego de dos años sin escribir me queda alguno- se estará preguntando: ¿Si no fue ese día -o temporada- entonces cuándo perdí la inocencia?
Y he aquí la respuesa: Dejamos de ser inocentes el día que nuestro amante nos jodió. El día que que nos dimos cuenta que nos habían engañado, que nos habían mentido, que nos habían usado en el mejor de los casos para echar unos cuantos polvos.
Y sí, digo que ese es el mejor de los escenarios, porque al final esos orgasmos los disfrutamos nosotros también, no fue algo solo para él, que si no los hubiésemos disfrutado no habríamos vuelto por el segundo, el tercero y los que hayan sido.
Un polvo bien llevado y con la debida protección no es algo de lo que acostumbre arrepentirme, pero la vida me ha enseñado a arrepentirme una y mil veces de no haber dicho que no a aquello que el "instinto" me señalaba como peligroso y seguir adelante para terminar indefectiblemente jodido por uno que  estaba convencido que el provecho necesario era otra cosa y no el sexo.
El caso más reciente del que he tenido noticias fue la pérdida de un teléfono, muy costoso, comprado por un veinteañero universitario con trabajo y esfuerzo y que su amante, escondido en la confianza que el sexo había creado entre ellos le pidió prestado para inmediatamente desaparecer de su vida.
No es el único caso que conozco, he tenido noticias de amigos que han perdido colecciones de relojes costosos, obras de arte, y hasta la casa destinada a convertirse en el espacio en el que la "relación" iba a fructificar y prosperar.
Los que peor la llevaron fueron los que perdieron la paz porque su amante decidió sacarlos del closet sin aviso y sin protesto, siempre ante la familia, siempre en la fecha menos indicada; o los que perdieron la salud porque el otro decidió que era buena idea contagiarlo de alguna enfermedad.
Por eso digo que ese dia en el que nos robaron, nos hirieron el alma o nos contagiaron fue cuando perdimos nuestra inocencia. Porque, amigos, debemos aceptar dos cosas, aceptarlas de una vez y de manera definitiva.
La primera: Que la virginidad está sobrevalorada, que siempre será preferible el sexo con quien sabe lo que hace, porque es mentira que las ganas suplen la habilidad y no hay relación que sobreviva al mal sexo.
La segunda: Que la inocencia, que en estos casos también podemos llamar "confianza", es lo que nos permite creer en la gente, y que cuando nos la roban todo lo demás se jodió.

Puerto Ordaz, 19 de marzo de 2013

martes, 24 de abril de 2012

De los 42 y otros desesperos

Me cuesta creer que haya pasado más de un año
 y yo no haya vuelto a escribir 
y a publicar algo en este medio 
pero es la verdad, vamos a ver si este es el remedio
 o solo es una convulsión 
generada por un sentimiento de culpa.



En pocos días cumplo mi segundo tercer aniversario en Puerto Ordaz. En estos ires y venires que me han hecho autobautizarme "nómada" es la segunda vez que vivo en esta ciudad y por segunda vez alcanzo los tres años en ella y me pregunto si ha llegado el momento de decirle adiós al camino y de convertir la tienda de campaña en cabaña y aprestarme a permanecer acá mucho más tiempo. 
Pronto se cumplirán seis años del día que decidí dejar esta ciudad para intentar recuperar una relación que no sabía que ya no tenía, seis años de desarmar un hogar, una vida, para ir en pos de una felicidad que no sabía que ya no tenía, seis años en los que no he dejado de preguntarme si una nueva relación que incluya amor será posible.
No sean inocentes. No crean que estos seis años solo han servido para lamentar lo perdido, eso fue al principio. Dos relaciones estables han tenido lugar, lo malo es que ninguno de los dos casos vino acompañada del amor, los intentos fueron muchos más y el resultado el mismo aunque darme cuenta me llevó menos tiempo y mantener el parapeto era mucho más complicado porque mi intolerancia era mayor.
He visto mucho en estos seis años: hombres que dijeron amarme luego de una noche de sexo promedio, hombres que me cautivaron antes del primer beso y que no supe conquistar, hombres a los que solo me unió y me une la cama, pero sobre todo he visto la persistente permanencia de esos amigos que a fuerza de estar ahí se convirtieron en la familia que tanto se necesita cuando se está tan lejos de casa.
Los años pasan y a pesar de haber contestado o haberle hallado respuesta a muchas de las preguntas, son más las interrogantes que se han ido generando en mi mente y en mi corazón con el pasar del tiempo. ¿Seré feliz en 10 o 15 años si sigo solo? ¿Viviré alguna vez en pareja, no solo por no estar solo sino por que el corazón me pida no separarme de ese hombre ni una sola noche? ¿Aprenderé a dejar de consolar el corazón con sexo? ¿Dejaré de necesitar consuelo?
Mientras tanto sigo tanteando, sigo conociendo, preguntándome por qué me interesan más los hombres en promedio 15 años menores que yo y por qué muchos de ellos se interesan en mi a pesar del exceso de años y de peso.
En pocos días cumpliré tres años de vuelta en esta ciudad, pocas semanas después cumpliré 43 años y de alguna manera sigo siendo el mismo carajito que se fue de su casa un 28 de febrero de hace casi 30 años pensando que quizás a dónde iba sería posible la felicidad.



jueves, 20 de enero de 2011

No se hace leña del árbol caído

Horas más tarde de publicar esta entrada me dediqué a releerla
para percatarme de una serie de errores de cohesión y coherencia,
es un texto definitivamente inacabado y con lagunas,
pero ya es tarde para lamentarse, ya lo publiqué y así se queda,
sólo me queda disculparme por el descuido.

Un amigo es como un árbol frondoso, bajo sus ramas puedes descansar, refrescarte, guarecerte mientras que si subes a ellas podrás tener un mejor punto de vista y alcanzarás a ver más lejos.
¿Cuánto no se divirtió cualquiera jugando en un árbol? ¿Quién no pasó de las horas más felices de su infancia en las ramas de un mango, un tamarindo, un mamón, níspero o ciruelo?
Yo, como muchos, encontré refugio en un árbol, un mango, para pasar las horas amargas de mi infancia, en esa época en la que creía saber qué era amargura y que un simple regaño podía hacerme el más desdichado del mundo.
Creo que por eso se habla de "cultivar la amistad", porque cuidar de los amigos es como la labor del hortelano que hace todo lo que sabe y puede para que los árboles de su huerto sean saludables, fuertes y den buenos frutos.
Tener muchos amigos es como tener un bosque privado, propio, íntimo, en el que podemos salir a pasear cuando queremos y necesitamos, un bosque que conocemos hasta la saciedad pero del que no nos cansamos y por el contrario seguimos disfrutando más y más con el paso de los años.
Como todo bosque, con el pasar de los años algunos de sus árboles mueren y sólo quedan tocones que señalan el lugar donde habitó quien ya no está y que a duras penas es un recordatorio de lo que una vez fue hermoso y que sabemos nunca volverá a estar.
A veces los amigos mueren pero no los perdemos, su recuerdo es un árbol que no se seca, siempre dará sombra y abrigo, pero otras veces los perdemos sin que hayan muerto y es hasta más doloroso.
La deslealtad, la mentira y el descuido son como leñadores furtivos que se cuelan en nuestro bosque para talar y matar sin reparar en el irremediable daño que causan, pues nada revive un árbol como tampoco nada recupera la amistad perdida.
Sobre esto algo me ha enseñado la experiencia: perder un amigo duele, así nosotros mismos hayamos tomado la decisión de sacarlo de raíz de nuestras vidas pues con ellos muere una parte nuestra y a la luz de esto entiendo lo que dicen los viejos, que al fin y al cabo son los que saben: "no se hace leña con el árbol caído", no se debe intentar sacar provecho de las desgracias de un amigo, sería como bailar sobre la tumba de un amigo muerto.
Lo bueno es que también nacen nuevos árboles así como llegan nuevos amigos.

domingo, 10 de octubre de 2010

Algunas razones

Pocas preguntas me resultan tan odiosas como la que viene tras la popular "¿Y tienes pareja?". Indefectiblemente y desde hace ya mucho tiempo la respuesta a esa pregunta inicial es "No", asunto que al parecer es condenable e inexplicable pues irremediablemente le sigue una de las más estúpidas interrogantes que se pueden hacer según yo entiendo el mundo: "¿Y eso por qué?".
Siempre me he cuestionado sobre si hay razones para tener o no pareja, siempre me he preguntado si sentirme solo es razón suficiente para unirme a alguien, siempre he estado convencido de que una relación sólo podrá funcionar en la medida en que esté más satisfecho conmigo mismo y menos necesidad de atención tenga, y que sólo en pleno balance y equilibrio interior podré hacer que una relación funcione.
Soy de los que prefiere escuchar "Te quiero en mi vida" antes que un "Te necesito"pues creo que un acto voluntario de entrega, plenamente consciente y fruto del reconocimiento de las virtudes del otro, aderezado con química y magnetismo, superan con creces la búsqueda de un sucedáneo de la paz interior disfrazado de amor de pareja. Creo que nadie que no esté en paz consigo mismo puede amar a otro con libertad y sin libertad hay dependencia y eso para mi no es amor.
Realmente me siento en balance y equilibrio. Esto no quiere decir que sea perfecto, ni siquiera que crea ser uno de los mejores partidos para cualquier hombre, sólo quiere decir que estoy en capacidad de respetar a quien decida compartir su vida conmigo, que le reconozco el derecho a su vida privada y a su espacio íntimo y que estoy preparado para exigir el mismo trato, que estoy preparado para el diálogo y alcanzar acuerdos y dar lo mejor de mi para cumplirlos.
Quiere decir que hablaré claro y fuerte a la hora de señalar las cosas que a mi juicio pongan en riesgo la relación y que estoy dispuesto a dar mi brazo a torcer cuando la razón no me acompañe e inclusive cuando el tenerla conmigo no me sirva de nada o haga más daño que bien.
A pesar de todo esto hoy he decidido ponerle del otro lado de la línea, detenerme a pensar qué razones tengo para estar solo, como si tal cosa fuera una decisión tomada y no algo circunstancial y coyuntural, como creo que en verdad es.
¿Por qué estoy solo? Porque quien me satisface no se interesa en mi y quien se interesa en mi me espanta. Empecemos por donde toca. Tengo 41 años, la norma dice que debo estar con un hombre contemporáneo conmigo, pero ¿qué hago para lograr que me interesen aquellos hombres que sólo buscan proezas sexuales?
Sería hipócrita de mi parte decir que le temo o le huyo al sexo y que me "conservo para cuando llegue el amor", pero les juro que no soy de los que cree que se trate de una prueba de resistencia, ni de un curso para convertirme en faquir ni pretendo rendirle homenaje a la industria de la pornografía. Tampoco me interesa ser el juguete sexual de nadie.
Tampoco quiero a nadie que "me necesite". No creo que yo solucione nada en la vida de nadie, mucho menos su soledad y no tengo fuerzas para ser el terapeuta permanente de alguien que a pesar de sus 40 o más años no ha tenido el valor de afrontar y exorcizar sus demonios, ya me merezco un descanso, combatir los míos me ha dejado cansado y necesito un respiro que aspiro dure hasta el día de mi muerte cuando también espero tener el tiempo suficiente para evaluar de corrido lo hecho y deshecho para imaginar al menos cómo me irá del otro lado esperando dar ese salto en paz.
Los cuarentones homosexuales sensatos y en paz consigo mismos deben estar escondiéndose o yo no sé reconocerlos, que alguien me muestre alguno soltero, por favor.
Ahora por donde se supone no me toca: entre 18 y 25 años. Con sorpresa, grata tengo que reconocer, me he enterado que hay mucha gente joven interesada en gente madura, que en líneas generales tienen una visión más romántica del sexo y todavía no han desarrollado las perversiones que tanto me espantan ni tienen necesidad de demostrarse a sí mismos que todavía son capaces de cualquier cosa en la cama pues no es tiempo para eso, lo están descubriendo y en la mayoría de los casos no son pretenciosos al respecto.
Muchos hombres homosexuales jóvenes serán grandes partidos en unos pocos años, trabajan, estudian y terminarán descubriendo que tienen derecho a ser quienes son y harán las reclamaciones respectivas; también madurarán en sus afectos y espero que muchos se conviertan en el hombre que necesitan ser para alcanzar la felicidad. Serán todo eso y más en unos pocos años, pero no lo son ahora, justo cuando se me preguntan por qué estoy solo.
Y lo estoy porque el único que me atreví a criar una vez crecido me dejó y ahora veo como otro disfruta plenamente de la persona que ayudé a ser y la verdad no tengo ganas de pasar por eso otra vez. No quiero ser padre, no quiero guiar a nadie, no quiero mostrar caminos ni modos de vida, no quiero enseñarle a vivir a nadie pues no estoy seguro de saber vivir y ni si lo que he hecho hasta ahora ha estado bien.
Estoy solo porque soy un inconforme, porque pienso demasiado y al parecer no he seguido mi propio consejo de no esperar el príncipe encantado.

miércoles, 2 de junio de 2010

Del amor instantáneo y otros mitos urbanos

Uno de esos contactos que nunca conoces pero con quien hablas a través de los años y disfrutas hablar con él por lo sensato de su conversación me comentaba esta tarde que pasaba por un mal momento, y aunque nuestras conversaciones nunca han sido excesivamente personales, hoy decidió ponerme al tanto de sus cuitas de amor y pidiéndome opinión sobre lo que está viviendo. Agradezco la valía que le da a mis palabras.
Él me comentaba su preocupación por un cambio de actitud de su novia hacia él, me explicaba que en los últimos días ya su comunicación no es tan intensa, que siente que el interés hacia él ha disminuido y transmite mucha angustia por la situación que está viviendo.
Hasta aquí todo bien, y si no bien al menos comprensible pues sentir que la relación que tienes está en riesgo estresa a cualquiera, pero la palabra clave es precisamente "relación". Me explico.
Mi ciberamigo, que vive en Maracaibo (en el extremo occidente de Venezuela, para los que me leen de lejos) tiene esta relación desde hace cuatro meses, dice de su chica -a quién describe como "muy linda"- que le ha enseñado a ser más atento, a estar más pendiente, a pasar todo el día en constante comunicación y que ahora que estas cosas no se cumplen con la regularidad habitual las extraña y las necesita, especialmente porque ella hace tres meses que está fuera de la ciudad, volviendo a su lugar natal a cerca de 800 kilómetros de Maracaibo, así que la relación se ha convertido en poco más que virtual.
Los textos suplen las caricias, las llamadas por teléfono los encuentros, el contar lo que ha pasado a lo largo del día ha sustituido el trato, el roce y el compartir los momentos que hacen posible que el amor nazca. Claro, en el supuesto que ese mismo compartir no sea el que logre que quieras salir corriendo o mandar al carajo a quien un día no muy lejano fue la ilusión más grande de ese momento de vida.
Pero el problema no es sólo la distancia, lo es también el pasado. Ella viene de una relación de tres años de la que afirma obtuvo mucho sufrimiento, tanto que le llevó a terminarla, dice haber sido traicionada y le ilusiona haber encontrado a quien, por el contrario, le brinde felicidad.
Acosada por las interrogantes de mi ciberamigo, ella expuso la razón por la que a pesar de la felicidad que le produce su pareja ha estado alejada: al intentar mantener a flote sus estudios dejados en Maracaibo se consume el saldo, minutos y mensajes estableciendo contacto con sus compañeros de universidad, lo que le impide comunicarse con la regularidad habitual, aduce.
Mi amigo insiste en su acoso y consigue entonces una respuesta menos agradable pero más contundente: el hombre que la hizo sufrir ha reaparecido, ha cambiado, sufre y necesita de una amiga, necesita del consuelo de quien fue su ex porque lo conoce mejor que nadie y le ha pedido que vuelvan a verse, esta vez a doscientos kilómetros más lejos aun de Maracaibo. Ella asegura que nada de eso incide en lo que siente por mi amigo, pero no descarta la posibilidad de ir a verlo.
Ante todo este panorama no dejo de pensar en algunas cosas, la principal es la urgente necesidad de muchos en este tiempo de enamorarse. La atracción sumada a la atención y los gestos amables les hacen pensar que eso es amor y yo no dejo de preguntarme cuándo fue que el trato cotidiano, el compartir, el hacer juntos y hasta el sexo dejaron de ser necesarios para construir una relación.
Es tanta la necesidad de combatir la soledad, tanto la necesidad de sentir que se es importante en la vida de alguien que aceptamos un sucedaneo del ¿amor?, hemos renunciado al riesgo de las diferencias, al conflicto necesario a veces, al conocimiento profundo producto del trato por palabras amables, gestos bonitos y buenos deseos.
Recuerdo que un amigo me dijo en una oportunidad que mi relación de cinco años duró tanto porque quien fue mi pareja y yo estuvimos viviendo en ciudades diferentes los últimos tres años que duró lo que sea que hayamos tenido, visto desde esa perspectiva y luego de varios años me ha tocado aceptar eso como verdadero.
¿A qué se debe que aceptemos como cierto que eso es amor? ¿Por qué nos obligamos a creer que no estamos solos cuando siendo objetivos no tenemos más que palabras? ¿Por qué es mejor sostenernos con mensajes de texto a esperar que la verdadera compañía llegue?
Veo como lo más probable que a mi amigo su chica lo "deje" en un futuro no muy lejano por el ex que hizo la sufrir tanto pero quien fue alguien real en su vida, pero lo que verdaderamente me parece importante es que él ha decidido angustiarse por algo que ciertamente no tiene. No apuesto a la soledad como mejor opción, pero la prefiero a creer que tengo lo que no existe.

viernes, 26 de marzo de 2010

Yo no me escondo

Han pasado cerca de seis meses sin que me detuviera a ordenar las ideas a través de este blog, varias han sido las variables, siendo la principal la relación en la que me trancé por más o menos ese mismo espacio de tiempo. Tienen que reconocerme que no es inteligente ni prudente ponerse a decir todo lo que a uno le pasa por la cabeza "delante" de con quien compartes la cama y la vida (esta vez más la cama que la vida, para ser sincero).
El asunto fue más o menos así. Salí de viaje a una ciudad a sólo 100 kms. de la que vivo, debía ir por razones de trabajo y el plan era ir con un par de amigos que a último momento declinaron.
Hacía algunas semanas que estaba en contacto con alguien que conocí años atrás y con quien había perdido contacto, y la noche previa al viaje -que era ida por vuelta a una actividad que podía ser entretenida para ambos- le pedí que me acompañara y aceptó.
Él tenía pareja y yo no andaba buscando novio, tampoco estaba previsto quedarnos por aquellos lados así que todo surgió de manera si no inocente al menos no premeditada. Decidimos quedarnos a pasar la noche y asumir todas las implicaciones que ellos suponía.
El asunto se puso intenso, yo me puse intenso, y aunque él conservaba la calma terminaba accediendo a mis exigencias de tiempo e intimidad y en más o menos un mes terminamos enredados en una relación por la que dejó al que era su pareja, por lo que no pienso disculparme ni dar ninguna explicación ni justificación.
Fue bueno mientras duró pero no fue mucho, pues hay cosas que, como dice un buen amigo, "al año joden". Él decidió que era buena idea que ambos viviéramos mi vida y que sólo él viviría la suya y de repente me di cuenta que aparte de muy buen sexo y compañía los fines de semana, era casi nada lo que le aportaba a mi vida, pues para que me pregunten qué estoy haciendo cuatro o cinco veces al día me sobran contactos en la lista del teléfono.
Fueron casi seis meses y la única persona a la que me presentó fue al que todavía era su pareja y eso en nuestro segundo encuentro luego del fin de semana en el que todo empezó. Fueron casi seis meses en los que no me enteré de los nombres de su familia ni tampoco del diagnóstico que le hizo un cardiólogo. "Es que no me gusta molestar con mis problemas", se excusaba cuando tenía el mal tino de preguntar por sus asuntos.
Sus salidas a estudiar, beber, comer o lo que fuera eran con "amigos", "mi papá", "mi mamá", "mi abuela", "mi hermana", y si preguntaba con cuál la respuesta era "la menor", si estaba molesto era producto de una discusión con "una tía", y mientras tanto me preguntaba si toda esa gente carecía de nombre.
En casi seis meses salimos con mis amigos, visitamos a mis amigos, hicimos mi vida social y de repente me di cuenta que para hacer eso no necesitaba a nadie y que buen sexo nunca me ha faltado; me di cuenta que ya hace mucho que no me escondo y no encontré buenas razones para permitir que alguien me escondiera.
Yo no me escondo, mi espacio me lo he ganado a pulso y me lo tengo merecido. Yo no me escondo, no me da la gana de hacerlo y no estoy dispuesto a permitir que nadie lo haga. Yo no me escondo.

jueves, 11 de febrero de 2010

Aclaratoria

Hace mucho que no escribo en este blog y la razón creo haberla justificado en alguna parte de él, en ese entonces dije -o eso creo- que soy un periodista que se dedicó a este oficio por la necesidad de escribir y que la dedicación a labores de edición, en las que estuve ocupado por más de 12 años me impedían hacer de la escritura algo cotidiano, por lo que me inventé esta alternativa de expresión.
Pero como dice constantemente Stephen King a lo largo de su libro "El Pistolero", el mundo se mueve, y se ha movido para permitirme volver a mi oficio de redactor en el ámbito periodístico, por lo que la necesidad de escribir se ha hecho menos urgente, siendo la urgencia terminar a tiempo, luchando por lograr vencer antes de la hora de cierre de la edición.
Con todo, hay temas que me toca tratar acá por falta de espacio en los medios tradicionales, por lo que intentaré retomar el hábito de contar la visión que del mundo tiene este homosexual venezolano de 40 años que ha logrado sobrevivir a todos los escollos que esta sociedad heterosexual y machista nos impone día a día. Aquí voy.

martes, 22 de septiembre de 2009

Y como su novio no era mi amigo...

Si hay algo que ha quedado demostrado a lo largo de este blog es que soy el mismísimo demonio si me dejo suelto, pero que tengo el hábito de amarrarme con una cuerda bastante corta. He dejado claro que me atrevo a reconocer cosas que la mayoría no reconocería ni en la hoguera sólo por el temor de verse sometidos al escarnio público o por evitar echar por tierra la imagen de si mismos que tanto esfuerzo y tanto disimulo les ha costado levantar.
Yo, he declarado por ahí, me he permitido desear al novio de algún amigo (Sobre actos inmorales), también he tenido dos amantes, y alguna vez hasta tres, en el mismo período de vida (¡¡¡Dios, que horror, soy hombre!!!), pero tendrán que reconocerme que siempre - o casi siempre- he encontrado las maneras de volver al carril y comportarme como la persona que he decidido ser.
Si se pudiera sacar un promedio tendría que aceptarse que soy medianamente un buen tipo y que la suma de mis acciones no arroja un saldo negativo. Claro, eso teniendo en cuenta que mis valores en líneas generales no siempre se ajustan a los de la mayoría, al menos en sus matices.
Pero creo que ha llegado un momento en mi vida en que las reglas no me sustentan y la situación las trasciende, creo que ha llegado el momento de ajustarme a la norma, lo que me permitiría escaparme de ella por sus intersticios.
Me explico: he decidido convertirme en el amante de alguien.No he decidido acabar con la relación de nadie, eso no, pero sí colocarme en una situación cómoda en medio de ella que me permita disfrutar de alguien que me gusta mucho y creo no estar rompiendo ninguna regla, pues la regla dice claramente "los hombres de mis amigos son mujeres para mi", pero el otro, el novio formal, no es mi amigo, y como dijo alguna vez Yordano por allá por los 90 "...y como su novio no era mi amigo, yo no me eché para atrás...". A ver qué sale.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Like a bitch!

Hoy es uno de esos días en lo que lo peor de mi está a flor de piel. Estoy inconforme, a disgusto, me agobia mi cotidianidad y quisiera dejar de ser yo, el serio, el que intenta ser responsable, el que lucha por vivir la vida con madurez para convertirme en uno a quien nada le importe, a quien hacer lo necesario para lograr lo que quiere le salga natural, sin detenerse a mirar a los lados, sin contemplaciones, sin importarle nada, y sobre todo nadie.
Hoy mi piel me estorba. En días como este quisiera mostrarme como una maldita y malévola cosa a la que la gente no le importa, quisiera dejar de ansiar el amor de uno y llenar mi cama de extraños, desechables, hermosos y sensuales sin nombre que sólo existan mientras mi cuerpo lo necesite.
Hoy quisiera darle salida y cabida a mi alter ego, mi Dr. Merengue, a la otra cara del géminis con el que he sido signado, dejar de preocuparme por los sentimientos propios y ajenos, hundir en el olvido todo aquello que me hace humano y vivir como la mayoría de mis congéneres: obviando todo aquello que nos hace personas, o al menos lo más importante.
Hoy no quiero ser bueno ni precavido, no quiero ser admirado ni respetado, hoy menos que nunca me importa lo que se piense, hoy quiero ser a voz en cuello lo que muchos somos pero ocultamos, quiero dejar de sentir que esta puta vida es gris así sea tiñéndola de tintes rojos y blanquecinos.
Hoy quiero ser otro, pero hoy se acaba hoy.

Un pana colabora