sábado, 30 de agosto de 2008

Construído con palabras

Desde pequeño he escuchado decir que los libros son puertas a otros mundos, ventanas al saber y otra sarta de metáforas arquitectónicas que al final me traían sin cuidado porque yo leí y leo por el simple placer de adentrame en las historias y de conocer nuevas maneras de contarlas.
Algunos libros lograron llevarme más allá, me impulsaron a soñar con otras realidades, con aventuras, con una vida más sencilla en la que las reglas eran claras y el bien tenía las de ganar. De niño "El libro de las selvas vírgenes" -de Rudyard Kipling- ocupó largas horas de mi vida en las que me veía jugando con lobos, corriendo con una pantera al lado, matando a mis enemigos con un cuchillo o conversando con monos o elefantes.
Era un ejercicio íntimo en el que nada más intervenía y en el que no había nadie para recriminarme, señalarme o rechazarme por mi evidente falta de destrezas, mi aparente debilidad o por mi "sospechosa" sexualidad.
Leer fue el escape y la excusa. "¿Por qué Carlos no juega con los demás muchachitos?" preguntaba la tía insdiscreta o la vecina entrometida, ocasión en la que mi madre decía orgullosamente: "Es que el prefiere leer, déjenlo tranquilo que así no le pasará nada", mientras yo me escondía detrás de las páginas evitando el ridículo de lanzar la pelota "como una niña", de aburrirme hasta el hastío cuando tenía que correr detrás de un balón e incapaz de inscribirme en cosas horrorosas como clases de kárate.
Pero leer siempre fue más que eso, fue la ocasión de conocer, crecer, alimentar mi alma y cultivarla, comenzar a acumular los conceptos y definiciones que me permitieron, con el paso de los años, construirme una identidad propia bien fundamentada sin renunciar a la aventura de soñar mientras leía.
Me he empeñado en decir que mi vida sexual me ha convertido en gran medida en lo que hoy soy, en pensar que las decisiones que tomé sobre ese respecto me definen, pero en un sorpresivo ataque reflexivo descubro que más que mis amantes, mis libros leídos han hecho más por fundamentar al que soy ahora. Las historias, los personajes, los autores, los momentos y las ideas que generaron son lo que en verdad me ha traído hasta aquí, hasta este blog, hasta esta pasión por contar, por decir, por narrar.
No estoy hecho de aventuras sexuales, estoy construído con ideas y palabras.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Dicen que parezco obrero

Yo no es que sea un tratado viviente sobre masculinidad, no señor; tampoco es que me tongonee al caminar, hable con voz aflautada y me refiera a mi constantemente con adjetivos femeninos -de eso se encargan mis hermanos de cofradía, gracias-, pero definitivamente siempre he pensado que tan loca no me veo. Creo que ajusto como "varón estándar", si es que tal cosa existe.
Por eso siempre he dicho que podrán confundirme con casi cualquier persona, pero nunca con un obrero de la construcción ni con un camionero, pues dichos oficios ameritan condiciones básicas que, decididamente, no cumplo. Ser marico -mil disculpas, lectores de pieles sensibles- es un estilo que va más allá de la actividad meramente sexual.
Yo, definitivamente, nunca cargaré sobre mis hombros un saco de cemento, no porque me desmerezca la actividad, sino que simplemente no puedo. No puedo con el peso del saco, no podría levantarlo hasta mi hombro, y de lograrlo yo o que alguien me hiciera la caridad de levantarlo por mi, lo más probable es que terminara dejándolo caer antes que mi columna terminara de ceder, la alergia al polvillo me hiciera estornudar y gotear mis ojos, o tropezara con alguno de mis dos pies izquierdos que sólo se llevan como corresponde cuando decido salir a bailar. Un obrero de la construcción, creo, jamás bailaría como yo bailo, definitivamente no. O eso quiero creer.
Tampoco podré ser confundido con un camionero por simple sentido común: cualquiera que me vea sabría de inmediato que no hay forma que yo, sentado correctamente al volante de un camión, alcance los pedales. Medir 1,60 tiene su precio. Por otro lado, manejar no está entre mis principales virtudes y habilidades; es cierto, tengo licencia y carta médica, pero en este país eso no es garantía de nada.
A eso sumémosle que de chamo aprendí a cuidar mi piel, a exfoliarla, hidratarla, tonificarla y el resto de las "arlas" que correspondan. Me preocupé por cuidar mi cabello, por llevar el corte indicado según el momento histórico -eso que los simples llaman "peinarse a la moda"-, aprendí a combinar no sólo los colores de la ropa sino también sus texturas y tejidos, y estuve atento a todos y cada uno de los cambios y tendencias, a todo, hasta que me aburrí.
Me aburrí de ser evaluado, de ser medido por el precio de mis pantalones o por la exactitud del tono entre los zapatos y el cinturón que llevaba puestos; me aburrí de dedicarle mucho de mi presupuesto a la ropa que me pondría durante el fin de semana, me harté del calor generado en mi cabeza por el secador cada mañana antes de salir a trajinar.
Me cansé de conseguir más sexo por mis atributos físicos que por mis habilidades o por mi cerebro. En fin, me cansé de seguir el Esquema del Perfecto Gay Superficial y me dediqué a repensarme.
Pero en el ínterin de plantearme un nuevo yo aumenté 30 kilos de peso, lo cual no habría sido problema si antes pesara 30 o 40 kilos y midiera 1,80 metros, pero desafortunadamente -en vistas del resultado final, claro, está- mido 1,60 y pesaba en ese entonces 60 kilos (saca tus cuentas y déjame en paz).
También perdí el hábito de peinarme todos los días y nunca forjé el de afeitarme cada mañana, mis oscuras y profundas ojeras dejaron de preocuparme y el dinero de las limpiantes, exfoliantes, hidratantes y tonificantes se convirtió por arte de las relaciones sociales en idas al cine, cerveza, cenas tardías y muy pesadas, cigarrillos e internet, entre otros asuntos realmente importantes.
Me dediqué a teorizar, a formular mis muy personales reglas de vida, a desarrollar un Manual Interno e Individual de Saberes y Conductas para un Homosexual Venezolano Convencido de su Derecho a ser Feliz.
Me dediqué a aprender, mucho o poco, pero a aprender; mi esfuerzo se volcó en entenderme para entender al otro, a aprender a quererme para poder querer al que apostara por el que soy detrás de ésta mi descuidada apariencia.
Más de la mitad de mi vida dedicada a este objetivo para que hoy, uno que ha vivido menos de la mitad que yo, venga y me diga: "De pana, te voy a dar un consejo: cuida mejor tu apariencia, pareces un obrero y no un periodista...".
Tanto esfuerzo en convertirme en el marico que siempre he soñado ser y resulta que parece que vengo de cargar sacos de cemento. Que vainas, ¿No?

Un pana colabora