jueves, 29 de noviembre de 2007

Abre paréntesis

Se acerca el domingo, 2 de diciembre, y no sé ustedes, pero yo tengo miedo. Miedo como venezolano, miedo como homosexual, miedo como hombre de familia, miedo como periodista. Es tanto mi desasosiego que no logro conciliar el sueño a pesar de haber vivido una extenuante jornada de trabajo que duró más de lo que debía.
Probablemente lejos de estas latitudes no entiendan la ansiedad que vivo, y lo comprendo, lo que no entiendo es cómo gente de mi mismo entorno se niegue a ver los riesgos que enfrentamos en Venezuela en manos del cabrón que una manada puso en el mando porque nunca vio claro los riesgos que corría.
Nombres como Videla, Pinochet, Amin Dada ensombrecen mi mente como un enjambre de langostas, que acaban con todo a su paso, haciendo que una palabra permanezca como un zumbido eterno, profundo, gutural, tan angustiante como un rugido a campo abierto en medio de la noche: dictadura.
Pienso en mi como una minoría siempre perseguida por la fuerza bruta, por los militaristas, por los pseudo machos que creen que ser homosexual es signo de debilidad, de perversión, de delito, y que apenas tienen oportunidad nos persiguen sólo porque somos distintos.
Pienso en mi como parte de la mayoría obviada: los que hemos sido despedidos de nuestros trabajos por pensar diferente, a quienes no nos asiste el derecho por tener convicciones distintas, los perseguidos por querer seguir viviendo nuestras vidas, quienes sostenemos nuestro derecho a no sumarnos a un colectivo anónimo coloreado de rojo que se levanta como la nueva religión en un país donde Dios se ha convertido en un objeto utilizable en la campaña política y donde la Iglesia es el enemigo a vencer.
Tengo miedo de ya no pensar con claridad por culpa del miedo, tengo miedo de seguir perdiendo a la gente que quiero en latitudes que probablemente nunca alcance, tengo miedo de ver a mi familia en diáspora hacia los 4 puntos cardinales huyendo por miedo.
Tengo miedo de quedarme solo por culpa del miedo.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Es parte de lo que soy

No sé si a ustedes les pasa, pero cuando un grupo de mis amigos homosexuales más frecuentados se reúne a conversar, por muy machos que cotidianamente uno sea, el plumero sale a relucir, y adjetivos como "hermana", "amiga", "querida", "maldita loca" y otras dulzuras no tardan en saltar de boca en boca.
Por alguna razón, este "código" se desarrolla y fortalece entre mayor confianza se tenga, y según esta crezca más "amiga", "hermana", "querida" y más "mardita loca" nos volvemos. No sé por qué, en verdad, pero es así, y no creo que ninguno de mis amigos (más bien mis hermanas) esté pensando siquiera en ponerse las tetas, y mucho menos en hacerse cortar los coroticos.
Me gusto varón, me disfruto varón, me gusta mi pene más que el de cualquier otro hombre, me gusta andar de pantalones y moverme como varón, pero también disfruto soltar algunas plumas cuando me reúno con mis hermanas.
Prerrogativa de ser marico, supongo.
Lo cierto es que es parte de lo que soy, de lo que mis muy queridas -y muy malditas locas- amigas mías son, aunque a algunos no les salga, que se puede ser marico sin afectaciones (¿verdad que sí, Doggie Houser?).

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Con Dios y la Chinita

Una de las tantas cosas que me ocupan la mente desde hace muchos años (más de la mitad de mi vida para emitir un aproximado), es cómo conciliar mi relación con Dios, mi condición de homosexual asumido, y mi catolicismo real y sincero. Lo único que he logrado hasta ahora es una especie de stand by de la fe.
No es que haya dejado de creer, simplemente he "suspendido" mis prácticas religiosas hasta tanto alcance conciliar quien soy y lo que la Iglesia enseña. Aunque lo piense, todavía no me atrevo a decir en voz alta que creo que la doctrina católica está pelando bolas con relación a la homosexualidad.
Estoy convencido que no estamos mal, que no somos un error, que ni siquiera somos un descuido de Dios. Torcuato Luca de Tena escribió una vez (no sé de donde lo sacaría) que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Yo me atrevo a decir que ni siquiera torcidos están los renglones, es sólo que hacen falta distintas maneras de aprender a leer.
Nadie podrá convencerme (al menos no en este momento histórico de mi vida) de que estoy equivocado a este respecto. Dios me ama, me conoce y me ama, y no me odiará sólo por amar a otro hombre. Y de amor se trata.
Yo he probado el sexo, juro por Dios que lo he probado hasta la saciedad, con uno por mucho tiempo, con muchos en poco tiempo, del bueno, del malo, del que más vale no hablar. No he sido un santo, y por no serlo sé que en la cantidad no está el gusto y que la calidad no basta.
¿Alguno cree que hay algún mejor lugar para reposar la cabeza que el pecho de la persona amada después del amor físico? Suena cursi, pero hay que diferenciar. No sé ustedes, pero después del sexo necesito bañarme, después del amor, sólo quiero reposar en los brazos del hombre que amo y me ama.
Yo, como todos, he vivido momentos duros, y, como algunos, he estado incluso hasta el borde de la muerte, y en ese período específico, cuando la esperanza es lo único que sostiene, mis esperanzas fueron dos: Dios y el hombre que amaba y amé por largo tiempo.
En ese período fue cuando me enamoré, su entrega y cuidados me cautivaron. Siendo un momento tan importante en el que revisar las cosas en que creía y en el que ordenar las ideas para poder seguir adelante era esencial, por fin entendí que no podía estar mal el amor de un hombre dispuesto a permanecer a tu lado cuando pocos creían que valdría la pena seguir ahí.
Alguien alguna vez me dijo que el amor no es conocimiento, es experiencia, que sólo el que ha sido amado es capaz de amar, y que descubir que Dios te ama y experimentar ese amor abre las puertas para amar, incluso al enemigo; por eso no creo que amar a un hombre, siendo hombre yo también, pueda venir del mal ni generar daño.
Y no me vengan con cuentos de engaños y confusiones. Confundidos están aquellos que se empeñan en ver el mundo sólo desde sus limitaciones y temores.

lunes, 5 de noviembre de 2007

De qué se trata

Desde hace algunos años discuto con algunos amigos y amigas la posibilidad de sentarme a escribir sobre cómo se llega, en Venezuela, a ser un gay de casi 40 años, sin grandes temores, con la vida medio resuelta, que vive con plena libertad su orientación sexual, pero sin sentir la necesidad de restregarle nada a nadie por la cara, pues al fin y al cabo los heterosexuales viven con naturalidad su vaina, y, pues, se trata de asumirse de igual manera.
Este interés por expresar mi punto de vista nace porque pareciera que todavía en mi querido y maltratado país muchos de mis hermanos y hermanas de cofradía no han entendido que tienen derecho a ser quienes son, que no son ningún error y que no hay una buena razón para vivir como heterosexuales.
También viene porque tampoco ayudan a una mejor compresión de lo que somos los homosexuales como fenómeno individual y colectivo quienes tienen sexo con la mitad de su entorno social para reafirmarse en su identidad, y quienes sólo respiran con tranquilidad cuando están bien montados en un par de tacones asegurando con orgullo: "ser mujer no es fácil". La verdad no tengo idea sobre eso, soy hombre. Que me gusten los hombres es otra vaina.
Por otro lado, me animo a escribir también porque muchos carajos y carajas del otro lado (los heterosexuales) tienen la errada percepción de que todos los homosexuales somos iguales. Iguales en la cama y fuera de ella, que el simple hecho de ser maricos nos hace ver la vida de una manera automática, que nos hace perversos y pervertidos, que nos condiciona con una autoestima tan baja que nos obliga a pagar por sexo, y que nos hace tan idiotas como para no darnos cuenta que disfrutan recibir una buena ración de sexo oral tanto como nosotros darla.
Me acompañan muchas ganas de contar cosas, y sólo me asalta una duda: revelar mi identidad, asunto que no logro resolver y que por lo tanto quedará en el limbo mientras me decido. Para mi descargo arguyo dos razones: hablando sobre este mismo tema un amigo me dijo una vez: "Hay cosas que aunque se sepan es preferible no escucharlas", por lo que intento ser atento con mis próximos de oídos delicados.
La otra: ya intentaron despedirme de un trabajo sólo por el hecho de que me gustan los hombres, y la verdad no estoy con ánimos de luchar con un muy grande medio de comunicación de este país, así que no les daré, al menos por el momento, una razón para discriminarme.
Mantente atento, y si me conoces, me reconocerás.

Un pana colabora