jueves, 11 de diciembre de 2008

El cascanueces

Ya casi es Navidad otra vez y con la aproximación de la
fiesta vuelve el empeño de vestir de fiesta esta casa
que guarda mi vida desde su prinicipio.



No sé por qué extraña razón acá en Venezuela tenemos la atávica costumbre de adornar las mesas navideñas con nueces de todos los tipos posibles, desde la nuez que todos conocemos, pasando por las almendras en su concha, las avellanas, las nueces de macadamia, las de Brasil y cualquier otra cosa que haría realidad el paraíso de la ardilla prehistórica de la película la Era del Hielo.
Esas nueces se convierten junto al arbolito, el nacimiento, las luces, las bambalinas, los lazos, los muñecos de cerámica, las botas de fieltro, los manteles con campanas bordadas, las estrellas de Belén y pare usted de contar, en los indicativos de que algo importante está pasando.
Muchos de estos adornos han estado desde siempre en mi casa. Hay cosas inconcebibles como dos cabitos de lo que fueron un par de velas que alguna vez le regalé a mi madre siendo un niño, escogidas de un catálogo y compradas a una vieja amiga ya muerta con lo reunido del dinero de mis meriendas; hay dos grandes velones hechos por el padre de otra vieja amiga y que nos regalaron hace más de 20 años y que nos costó más de 10 años convencer a mamá que sería "interesante" encenderlas así fuera en Nochebuena.
Están los adornos de madera pintada que le envió de regalo otra de mis tías radicada en el país del norte durante la primera Navidad que pasó lejos de la familia, hace ya 10 años, y está la colección de muñecos de cerámica pintada al frío por otra más de mis tías, la que todos reconocen como la más hábil con las manos. Hay de todo en mi casa para recordarnos que la Navidad impera, pero nunca es suficiente.
Este martes llegó de viaje una tía, vino de los Estados Unidos a donde fue -supongo- a no sé qué chanchullo de los que miles y miles de venezolanos realizan mensualmente para dar al traste con el control cambiario que ya no sé desde cuándo tiene impuesto el gobierno, empeñado en decirle a la gente cómo gastar su dinero mientras intenta mantener a flote una economía que ha subsistido sólo gracias a los altos precios del barril de petróleo.
Pero es diciembre, no nos interesa la economía, nos interesa el gasto, y cómo les contaba, mi tía fue unos días a los Estados Unidos y mi madre aprovechó para encargarle algo de la ilusión de felicidad con la que atiborramos nuestras casas en estas fechas.
Unos pocos dólares y muchas instrucciones, siendo la principal la de hacer rendir el dinero lo más posible, llevaba mi tía, siempre fiel defensora de los sueños de mi madre, en algún bolsillo de su cartera.
A saber, el encargo incluía: un juego de mantelitos individuales de esos que se colocan debajo de cada plato, unas esencias para perfumar las salas de baño, un "camino de mesa" -eso que en otras partes llaman "carpeta" -creo-, y que no es más que un mantel angosto y corto que van en el medio de la mesa del comedor o encima de cualquier otro mueble en el que mi madre decida que se ve "bien"; y el encargo principal: un cascanueces.
Sí. Un cascanueces, y no de esos que parecen un alicate, no señor, un cascanueces como el de Clara, la del ballet con música de Tchaikovski, de madera pintada semejando un uniforme de soldado ruso, de los que debes colocarle la nuez entre los dientes para poder partirla, cosa que dicho sea de paso dudo que mi madre permita que se haga alguna vez.
Sí. Como si hiciera falta un perolito más, mi madre encargó un nuevo artilugio inútil en esencia, pues no permitirá que se le dé el uso para el que fue diseñado. Una vez más tomó las salas de baño por asalto, al igual que la cocina, la sala y la puerta de entrada, una vez más inundó de verde y rojo, con el firme propósito de hacer presente la festividad a pesar del cáncer que aqueja a una buena amiga, de la muerte -
hace pocas semanas- de una vecina desde hace 40 años , del disparo que casi le cuesta la vida a otro vecino de nuestra calle y a que le propinaron delante de su nieto para robarle el auto.
Mi madre sigue creyendo en la Navidad, sigue creyendo que, a pesar de todo, es un tiempo para ser felices, para seguir creyendo que las cosas mejorarán, tiempo para tener cerca a quienes queremos, manteniendo la certeza de que todo mejorará, que todo pasará.
"Siempre quise uno, pero nunca soñé con que iba a tener un cascanueces tan bonito. Mañana vamos a limpiar para buscarle lugar" me dijo la tarde cuando me mostró lo que había encargado, sonriendo como sólo pueden sonreir los inocentes. Mi madre es es una mujer de alma sencilla y no imagino mi vida sin ella.

2 comentarios:

Sandum dijo...

Pues no se si esa era la intención, pero todo te ha quedado muy lindo y con sentimiento navideño y todo (a pesar del sarcasmo)... Yo soy de las personas que le gusta estar feliz por estarlo... Prefiero eso a amargarme la vida... Saludos y... No, el 24 paso por aqui y te la deseo... Besos!

Carlitos dijo...

Muy estimado y fiel Sandum, te aseguro que lo que leíste fue escrito con la intención que percibiste a pesar del sarcasmo intrínseco. Sólo la alegría que le produce a mi madre, la esperanza que le siembra en el corazón hacen que la temporada valga la pena.
Una vez más gracias por leerme.

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